¿Sabéis qué es lo primero que Javier Olaso le pidió a su madre? “Por favor, haceg una comunidag cristiana.” Ninguno estábamos allí, puede que no haya sido así, pero tampoco podéis negarmelo. Lo que tampoco se puede negar es que ha sido insistente con el temita, así que voy a compartir con vosotros lo que hemos podido aprender sobre las comunidades.
Partimos de donde estamos hoy, el mundo tan loco que tenemos. Como dijo Javier en la celebración del jueves, el mundo se va a la mierda. Año 2023,Siglo XXI, guerras, pandemias, el cambio climático, lo de Ana Obregón… Es por eso que nos lanzamos a buscar qué conforma una comunidad en el año 2023.
Si buscamos un verbo, una acción que represente lo que hace una comunidad, alguno dirá que puede ser compartir, pero claro, según esa lógica estaríamos haciendo comunidad con Murcia por compartir el agua. ¡No por Dios! Tiene que ser más complejo.
¿Comunidad de valores?
En este mundo tan loco que parece invisible el mensaje de Jesús se escucha mucho el “no creo en la Iglesia (muchas veces con razón) pero sí en sus valores, sí en el Evangelio”. Puede que igual lo fundamental para crear una comunidad sea compartir unos valores. Los hay muy buenos: fraternidad, reconciliación, solidaridad, ayudar al desfavorecido, reciclar, ecologismo, cuidar gente mayor, dar de comer al hambriento, deportividad ¿compartir uno de estos valores serían suficientes para formar una comunidad? Pues no creo. Puedo dar valor al dinero y no formo parte de una comunidad de millonarios. Doy todavía más valor a la amistad y no formo comunidad con todo con el que me llevo bien.
Está claro, los valores pueden hacer al ser humano mejor, pero por sí solos no sirven para hacer una comunidad.
¿Qué valores consideras imprescindibles en este “mundo loco” en el que vivimos?
¿Comunidad de creencias?
Si no sirve sólo (sólo lo he puesto con tilde) con los valores, probemos con hacer comunidad en base de lo que creemos. Creo que la solidaridad es buena cosa, por tanto creo que debo hacer algo solidario. Creer en el valor de la caridad seguramente me direccione a ser alguien caritativo. Y por último, creer en Jesús de Nazaret seguramente me haga aplicar sus enseñanzas en mi vida.
Las creencias me implican más que los valores, ya sean religiosos o no. Me implican tanto que incluso son molestas para los que no la comparten. Llamo conjunto de creencias a todos esos valores que forman la identidad. Las creencias no son valores aislados, sino relacionados. Por ejemplo, desde mi punto de vista educar desde el juego es un buen valor, y que cuidar del planeta es igual de bueno. Por tanto, pienso que para ser scout no se pueden separar una cosa de la otra. Lo mismo ocurre con creer en el Anuncio de Jesús, su lucha por la dignidad humana y libertad; son elementos indisociables.
Creer en lo que sea, en cualquier proyecto o en nuestro caso Jesús, nos define. Pero aun así creo que una comunidad no se construye sólo compartiendo creencias. La creencia es algo tan personal que no puede compartirse enteramente. Puedo esforzarme en usar mis mejores palabras y a lo mejor no llegáis a comprender mi creencia (“no te lo puedo explicar, porque no vas a entender”) Igual por eso soy del Alba.
Por tanto la comunidad debe requerir de otra cosa además de los valores o creencias.
¿Qué conjunto de valores y creencias dan identidad a tu forma de vivir?
¿Comunidad de fe?
Esas creencias han cambiado desde que nacisteis, hoy no pensáis igual que hace 10 años y dentro de 10 también será diferente, por favor, eso espero.
Es más, son cosas que cambian a días. La persona más familiar del mundo, creerá en la familia toda su vida, pero tendrá sus días, rachas en los que dicha creencia se tambalee. Bien, a esa continuidad que hay entre subidones y bajones en nuestras creencias es lo que llamamos fe.
La fe evoluciona, cambia y madura (y todo nosotros en conjunto) queramos o no con nuestras vivencias, con nuestras circunstancias, con nuestro aprendizaje diario. Porque si la vida te empieza a putear, puedes empezar a no perder la fe. ¿No? Si me empiezo a mover más en ambientes donde no se habla de Dios y pierdo el contacto, a veces sin querer, con quienes compartía la fe, puede que me vaya olvidando de Dios y mi fe se empiece a debilitar.
No tiene más fe aquel que hace más cosas religiosas, eso lo tenemos claro, sino el que sus convicciones tienen una mayor tenacidad, aquel que se mantiene más constante en el tiempo a pesar de su poca fe en algunos momentos. Desde luego, motivos no nos faltan para dejar de creer, pero mientras cada uno podamos seguir afirmándonos a uno mismo que creo, tendré fe, tanto si lo manifiesto como si no.
Desde luego, la diversidad de valores o creencias, no son un impedimento para que la comunidad camine, pero que esa fe del día a día no se ponga en común puede marcar la diferencia entre comunidad y un grupo de colegas.
Parte del origen del grupo que preparamos esta catequesis es ese: nos cansamos de ser unos chavales que se juntaban sólo una hora a la semana a hablar de Dios y que luego no supiéramos nada del otro hasta la semana siguiente. O incluso que entre nosotros mismos compartiendo grupo algunos no nos habláramos con otros. Queríamos, como habíamos visto de antes de otros, que la vivencia de la fe fuera continua, todos los días, tanto como si ese día tocaba reunirnos o no. Y también tener objetivos comunes.
Posiblemente, algo así proponía Jesús.
¿Cómo enfrentáis “la batalla de la fe”? ¿Cómo os fortalecéis mutuamente?
Comunidad hogar, comunidad real
Entonces , ¿Cuál es la misión principal de la comunidad? La comunidad tiene como misión que la batalla llamada fe no se libre en solitario. Pero eso habla de lo que hace, no de lo que es.
La comunidad no es ese espacio donde se comparte solo lo religioso, no sólo nos juntamos a tratar un tema a escuchar un testimonio o a orar, sino que es el lugar donde, poniendo el Evangelio en el centro, se comparte la vida misma, tal cual se nos presenta a cada uno. Se comparte lo bueno y lo malo, como se dice en las bodas, la salud y la enfermedad, los fracasos y los logros, los buenos momentos y las épocas malas. Esa puesta en común de la vida pasa a ser lo realmente sagrado, al igual que Jesús, al que en los evangelios casi nunca vemos celebrando en el templo,si no en las calles,en las casas.
Todos buscan, dentro del gran contraste de caracteres, de formas de ser y de pensar, el acuerdo con el hermano. Mientras que alrededor nuestro solo hay individualismo y discrepancia, en la comunidad cada uno hace el esfuerzo no solo de entenderse con el otro, sino de estar en comunión con él (y ya os digo, que a veces no mandar a la mierda al otro es la mayor muestra de amor que nos podemos dar).
Quien se une al grupo, es acogido por todos sin condiciones, sin necesidad de peajes, sin necesidad de tener que ser o de pensar de tal manera. Al contrario que muchos en la Iglesia, no se excluye a nadie por su pasado, por cómo es, por cómo se siente ni a quien quiere amar. Al igual que Dios, nos aceptamos y acogemos tal y como somos.
Pero, desde luego no nos podemos juntar y decir ya está, ya somos una comunidad. Si no que es un proceso largo, y más que largo diría intenso, ya que implica tener que conocer al otro profundamente.
Ese conocimiento del otro genera un espacio de confianza, donde todo se puede hablar y se puede discutir, tanto en grupo como por separado. Una confianza trabajada día a día. La comunidad tiene grabado a fuego el pasaje de Mateo:“Antes de presentar tu ofrenda, ve, y reconcíliate con tu hermano.” El perdón, o dicho de otra manera, la reconciliación con el hermano es casi una obligación para que esa comunión, esa unión no se rompa.
Pero, ¿qué sentido tiene la comunidad y la fe qué comparten? Juntarnos en torno a Jesús, el sentido de la comunidad, de la fe, y de la fe compartida, es el otro. En el Evangelio de Juan leemos en el pasaje de la venida del Espíritu Santo: “Aquel mismo domingo, por la tarde, estaban reunidos los discípulos en una casa con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos.(Jn 20, 19)”. Es decir, estaban cagaos, pero juntos. En ese momento de incertidumbre, miedo y desilusión tras la muerte de su amigo y maestro, los discípulos permanecían unidos. En comunidad, hacían frente a sus debilidades y se hacían fortaleza. La comunidad es fuente de esperanza para cada uno de ellos.
Una comunidad en su debilidad y en su poca fe sigue a Jesús poniendo como horizonte al hermano. En la comunidad todos tienen el objetivo común de vivir su fe y el evangelio juntos para así llevar esa buena noticia a los demás, rebelándose así contra la desesperanza, el odio y el individualismo imperante.
Es decir, que el sentido de la comunidad es ser fuente de esperanza para el mundo, tomando como punto de partida a sus integrantes.