Superposición del sitio

Car(C)isma

¿Cuándo un contenido se vuelve continente? ¿Cuándo la parte el todo? ¿Cuándo el medio, fin? El cristianismo, como hecho histórico de alcance universal ha necesitado, y sigue necesitando, de diversos carismas donde diversas personas encaucen su fe. Y ¡qué bonita es nuestra Iglesia así!


Pero si el medio se vuelve fin, los católicos, aunque de carismas distintos, debemos alzar la voz. Porque pese a que yo sea un simple laico diocesano, sin un perfil concreto, que bebe de distintos modos de vivir la fe, tengo la plena legitimidad de poner en tela de juicio aquellos movimientos que, por católicos, puedan pasar de enriquecer a ennegrecer mi, nuestra, Iglesia.

De igual modo, aquellos que sí pertenezcan a aquél carisma que se pueda sentir interpelado y sientan y sepan que el fin último es transmitir la Buena Nueva, acercando la Iglesia a las personas o las personas a la Iglesia –lo mismo es a estos efectos–, tienen el deber de rechazar esta clase de conductas. Por favor, no nos saltemos el orden lógico de las cosas. Por ser católico es que puedo vivir mi fe en un determinado carisma. No por ser del Opus Dei se es católico, sino que por ser católico es que se puede ser del Opus Dei. Si alteramos las premisas de este silogismo, la conclusión deberá ser necesariamente errónea, o, si se quiere en este caso, alejada del mensaje del Señor. De igual modo, evangelizar es acercar –valga el pleonasmo– el Evangelio a las personas; un Evangelio que, como católicos, sabemos que se debe vivir en la Iglesia. Pero solo desde el descubrimiento y conocimiento del Evangelio se puede afirmar que evangelizar es sinónimo de atraer fieles a nuestra Iglesia.


Por eso es normal que circunstancias como las acontecidas en la parroquia de San José de Albacete generen recelos. Agrandar el número de miembros de mi “nuevo grupo de jóvenes” u “organización” no necesariamente significa evangelizar sino que, probablemente, podamos denominarlo como puro proselitismo. La finalidad primera no puede ser agrandar “el grupo” y, así, agrandar la Iglesia; craso y falaz error. Primero agrandemos nuestra Iglesia llevando el Evangelio a los demás y, una vez hecho esto, es que podremos aumentar nuestros grupos parroquiales, congregaciones, asociaciones…

Hablo, pues, de recelos y no sentencio nada, al menos no sin los suficientes elementos de juicio que, a la fecha, no tengo. Pero, como señalaba Kant en su obra “Por La Paz perpetua”, aquello que se oculta no puede ser bueno. Y aquí en San José se vienen ocultando, desde arriba y en minúscula, ya demasiadas cosas. Llegados a este punto quiero ser tajante, tal vez en demasía; júzguense mis palabras con el corazón. Así bien, Cristo dejó claro los cuatro estadíos jerarquizados a seguir en una situación como esta, y no ha lugar a dudas: “si tu hermano hace algo malo, ve y habla a solas con él. Explícale cuál fue el mal que hizo. Si te hace caso, has recuperado a tu hermano. Pero si no te hace caso, ve otra vez a hablar con él, acompañado de una o dos personas más, para que ellos sean testigos de todo lo que se diga. Si él no les hace caso, díselo a la iglesia. Y si no hace caso a la iglesia, entonces debes tratarlo como a uno que no cree en Dios o como a un cobrador de impuestos” (Mt 18, 15-17)s.

La comunidad de la Parroquia de San José, sin hablar yo en representación suya como corporación pero sí de su sentir mayoritario, si no unánime, ha obrado conforme a lo prescrito por el Evangelio. En primer lugar, porque muchos hemos sido los que hemos hablado a solas con nuestro párroco para transmitirle nuestro descontento con su actuación. En segundo lugar, porque, desoídos estos ruegos, se le ha interpelado a tal efectos con los demás hermanos testigos en el Consejo de Pastoral y en la Coordinadora de jóvenes de la Parroquia; pero la conducta no ha cejado. Ahora, con este escrito no pretendo –pero tal vez sí pretendo– decírselo a la Iglesia diocesana. Esa misma Iglesia que lo puso en el cargo tiene la autoridad para removerlo. Y no por la indignidad del párroco para ocupar el cargo, no es el caso. No porque crea que nos encontramos ante el cuarto y último estadío del citado pasaje evangélico, no. Sencillamente considero, y atreviéndome ya a hablar en primera persona del plural, que no es la Parroquia de San José el lugar donde, de todo corazón, sentimos que deba realizar su labor
pastoral. Agradecemos su tiempo y dedicación, pero la mies es mucha y no tiene sentido mantener a alguien que, aun con toda su buena voluntad, es contrario a la idiosincrasia histórica de una parroquia que ya agoniza. A buen seguro hay numerosos lugares en la Diócesis donde podrá dar nuestro actual párroco lo mejor de sí. Porque la mies es mucha, pero en estos últimos años los obreros somos ya demasiado pocos. Tal vez sea porque sin reconocido capataz huye el obrero.


Finalmente, llegado el caso, es que toca “As charisma tuendum” (…proteger el carisma). No yo que, como decía, soy un chico de parroquia y ya, sino por los propios miembros del carisma interpelado para que nadie pueda decir que son un continente en sí mismo y no contenido de nuestra Iglesia, becerro de oro y no instrumento de Dios, Todo y no una parte del todo. Porque no sé hablar gallego, pero su idioma me enriquece como español. Porque tú carisma no es el mío, pero quiero que lo cuides para que me siga enriqueciendo como católico.


Perdone el lector este aparente galimatías que ha leído, donde parece que mucho se ha señalado y nada se ha dicho. Pero a buen entendedor, pocas palabras bastan y quien quiera oír (o leer) que oiga.