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Conocer cómo otro vive su fe es una manera sacra de decir que existe un fuerte vínculo. Cuando una persona comparte los pilares de su vida, las creencias que dan forma a sus acciones, está haciendo un acto de confianza. Para muchos de nosotros recibir el testimonio de vida de César consistió en una ventana abierta a conocer su manera de creer. Sin revolotear en la nostalgia, cabe destacar una homilía. Cada homilía es distinta sí, pero hay algunos factores que pertenecen a partes iguales a La Escritura como al predicador. Si alguna vez -tras el Evangelio, en una catequesis o momento de oración- escuchábamos el relato de Zaqueo, se nos harían familiares las palabras: “Siempre me ha gustado Zaqueo. Igual es porque -como yo- es pequeño y debía subir a un árbol para ver entre la gente.” La meditación siempre empezaría por la pequeñez física, y terminaría por la pequeñez espiritual. Niños y adultos entendíamos que Jesús fijó su mirada en el impío, el que había aparcado a Dios por su dinero. Zaqueo engañaba, se aprovechaba de los que eran más débiles que él. Sin embargo, la casa de Zaqueo era digna para Jesús, su vida era merecedora de ser enmendada y los criterios morales de esa época pasaban a ser un murmullo. Crecimos y nos formamos tras un Jesús al alcance de todo ser humano en su cotidianidad. No era algo exclusivamente nuestro, pero sí una herencia a guardar y transmitir de manera creativa y valiente.
Más allá de una cuestión de nostalgia, los ideales de nuestro padre han derivado en cientos de personas que aun sin la capitanía de César han buscado lenguajes para dar a conocer a ese Jesús. Sabiéndonos Zaqueos, San José siempre ha sido una comunidad difícil, llena de las discusiones propias del trabajo. En los últimos 40 años no nos han faltado disputas, pero al mismo tiempo hemos mantenido una identidad. Las identidades no se crean, tampoco se eligen, son fruto de un largo proceso en el que las decisiones se toman: a gusto de unos pocos, con el trabajo de muchos y en la mayoría de casos con mucha dificultad. Esas 3 características son suficientes para destruir asociaciones, pero también se dan en familias. La “parro” ha sido hogar de tantos hermanos, que las discusiones más duras han quedado en anécdotas y no en cismas.
El cambio entre el pretérito y el ahora lo podemos sintetizar en la ausencia de discusiones. ¿Cómo vamos a discutir de lo que no se sabe? ¿Cómo discutir si una decisión es adecuada cuando no se es consciente de que se está dando? Ciertamente no hay discusión posible, porque tampoco hay nada que decir. Después de 10 ó 15 años trabajando por los “jóvenes de Sanjo” a uno le sorprende encontrarse con frases: “¡Oye! Me ha dicho don Carlos que ya no hay grupos de jóvenes en la parroquia”. El silencio se produce a esta provocación mientras 40 jóvenes y sus catequistas están de convivencia en otro lugar. Se hace duro que aprovechen un evento diocesano para fundar grupos y coros a espaldas de la coordinadora de jóvenes. Ya venimos de recibir informaciones de reuniones mandadas cuidadosamente a gente externa a la parroquia sin enterarnos los hermanos. La entrega, el tiempo, las reuniones y experiencia no deben pesar lo suficiente en la balanza para merecer explicaciones. Debe ser eso. Si la razón fuese otra, como que podemos ser un problema, que debemos ser engañados por el bien del Reino… Si fuésemos un mal menor, igual algún día entenderíamos por qué una convivencia de verano parroquial se hizo a espaldas del Consejo de Pastoral y catequistas. Dejaremos de ver preocupante que se prefiera contar con niños de 15 años como monitores en lugar de catequistas experimentados. Quizá algún día pueda tener sentido. Pero cuando se señala a un camino, que es la verdad y la vida, jamás debe hacerse apoyándose en medias verdades, mentiras a la comunidad y una deliberada estrategia de evitar ser visto por los habitantes de la casa. Hay cientos de carismas y maneras de hacer pastoral, pero todos ellos reconocen la libertad del individuo y la honestidad como sus cimientos. Estás prácticas que pecan de ser selectivas y forzadas nos son dolorosas, simplemente permanecer al lado de las mismas hace que las hagamos legítimas. Nos hieren porque va en contra de lo que creemos, y pocas cosas tienen tanto peso como nuestra fe.